Oscuridad sobrecogedora, sombras monstruosas que emborronan las paredes ensordecidas de silencios. Crueldad, odio y guerras… Y en medio de todo esto, el dolor y la miseria. La soledad impuesta se pinta negra, y Goya lo sabe. Ese pigmento oscuro, carente de luz y esperanza, acecha a sus obras hacia la última etapa de su vida. Es cierto que, cuando la soledad no se busca, el estar desconectado del mundo, sin rumbo y con una vida carente de sentido, el espíritu se encuentra atrapado en una cárcel, en un abismo oscuro, pero él consiguió, ayudado de la creatividad, sacar sus demonios y hacerlos nuestros.

En muchas ocasiones, la soledad creativa refuerza su propósito en unión con la soledad impuesta y obligada, y, en este caso, Goya se transforma. Su pintura enfurece. Los negros recorren estos últimos años de su vida rugiendo en el silencio atronador de su cabeza y escupiendo un dolor que desgarra el lienzo.
La soledad creativa, fructífera y enriquecedora, junto con la soledad, destructora se unieron en Goya en su madurez y hurgaron en lo más profundo de su ser para sacar de sus adentros esa genialidad tan deseada por los artistas, pero tan difícil de obtener. Su culmen pictórico llegó descendiendo a los infiernos.
Fragmento del capítulo 6, Creando en soledad, (15 Miradas a la soledad)
Antonia Portalo
Con tan buena descripción de su estado de ánimo es fácil comprender el resultado de esas pinturas oscuras. Gracias por ser portavoz del arte y la Soledad, Antonia.