Hasta hace poco desconocía lo que siente un escritor al terminar su obra. Algunos han intentado describir ese sentimiento con comparaciones más o menos acertadas. Pero fue Antonia y la cercanía que mantuve con ella durante la producción de su primer libro lo que me hizo conocedora de ese mágico proceso. Y digo mágico porque creo que el escritor experimenta un cambio en su persona, en su mundo interior, con cada obra que termina, más aún si es su ópera prima. Esa transformación es mucho más profunda si la obra es intimista, personal, si arranca de las mismas entrañas de la creadora.
En esta ocasión partimos ya de una autora con una importante y sólida trayectoria como artista. Pero Antonia es pintora, siempre lo ha sido (como nos deja muy claro en Miradas desde mi interior); una pintora ecléctica y con un estilo propio que, a pesar de ese eclecticismo o quizá gracias a él, deja su sello en cada una de sus obras. Y digo 'pero' porque Antonia no se había adentrado nunca en el campo de la escritura (sí con tímidos y, sobre todo, clandestinos poemas, anotaciones, reflexiones...) y no cabe duda de que son lenguajes, el de la imagen y el de las letras, muy diferentes. Es todo un reto, pues, enfrentarse, empujada por las circunstancias, a esta nueva forma de canalizar esa alma distinta a las demás, esa alma creativa e inquieta.
Y yo fui testigo de sus dudas, de sus preguntas, de sus inseguridades... y fui testigo de esa pequeña transformación: la de la reivindicación del espíritu artístico en toda su plenitud y la posterior reafirmación del mismo. Porque lo ha hecho muy bien; porque en este libro hay emoción, hay comunión con el lector y hay calidad literaria. Desde la primera estampa. Solo tienen que leerlo para comprobarlo.
Y porque solo un artista puede fundir los dos lenguajes, el plástico y el literario, entremezclándolos de tal manera que uno se convierta en complemento vital del otro. Tuve el privilegio de ser una de las primeras personas en leer "Miradas..." Antonia estaba impaciente por saber mi opinión (tiene fe en mi como crítica literaria y aún no sé por qué) inquirió mi parecer con ese nerviosismo del principiante (creo que deseaba ante todo un juicio sincero y, como me conoce, sabe que soy poco amiga de la adulación llegando a rayar en ocasiones la brusquedad). Yo solo le dije dos palabras: "Sigue escribiendo". En mi interior continué la frase: "... es un deber; el mundo no puede perdérselo".
Olga Montero
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